"...rendimos culto a esta noble palmera, desde Udón Pérez quien, al componer el Himno invoca su presencia, hasta Armando Molero..."
Si algo hay de importante para un venezolano es la presencia de los cocoteros que crecen a las orillas del mar y de los lagos. El impacto sobre la cultura de la población tiene tales proporciones que prácticamente está inmerso en cada uno de nosotros y, de alguna mane¬ra, forma parte de nuestro ser.
En el caso de los maracaiberos, si al estar en algún restaurante fuera de la ciudad, se consigue en el menú algo que diga, “Plato Zuliano”, tenga la seguridad de que mostrará con orgullo su condición regionalista, porque no hay otra forma más eficiente de identificar la sazón con el ambiente zuliano que el ponerle el sabor del coco a las comidas.
Si usted viaja por las carreteras del Zulia y la sed lo ataca demasiado, la primera intención del chofer será detener el vehículo en algún lugar donde vendan agua de coco. Así tendrá la suerte de aplacar la sed con el jugo del cocotero, no sin antes agregarle "la babita" o fruto fresco, con la que los marabinos se deleitan como lo haría un francés al tratarse del caviar, la langosta o el camarón más exquisito.
Estando en Inglaterra, un británico que había visitado Venezuela, me quiso recibir en su casa para brindarme algo que me hiciera añorar mi país. Y al invitarme a un trago, me trajo un escocés con agua de coco.
- ¿De dónde sacó Ud. agua de coco en un sitio como éste? Es fácil - me dijo- la traemos embotellada de las islas del Caribe. Desde entonces me he estado preguntando por qué nuestros fabricantes de refrescos no ofrecen a la venta el agua de coco en botella. Sería un negocio por demás interesante: tiene algo de glucosa, un poquito de sal y una cantidad medida de azúcar, más o menos como si tratara de preparar un suero. Dicho sea de paso, sería una bebida muy recomendada para la gente que se deshidrata.
Si alguien trata de copiarse la receta, ¡qué no se le ocurra darme a mí agua artificial con sabor a coco!
En la cocina, no hay plato que una maracaibera no haya intentado hacer poniéndole coco para darle sabor. El menú es bien variado. Me permito dejarles aquí una lista de todo lo que se prepara con coco en nuestra bella ciudad: palomitas, chivo, carne, puerco, corazón, tasa¬jo, sesos, frijoles, arroz, mojito, caldo y, sobre todo, nada más autóctono que una arepa de coco. La sola presencia ya identifica la zulianidad. Y - dicho sea de paso – hace mucho que nadie me ofrece una arepa de coco en mi ciudad…
En lo relativo a los platos dulces, les anotaré algunos: la torta de coco, el bienmesabe, las cocadas en sus diversos tipos, los besitos, caramelos y turrones. Y, por razones obvias, me permito dedicarle atención especial al majarete.
Bien puede decirse que el majarete es el más académico de los dulces criollos. Resulta que hubo en la ciudad un hombre de muy grata recordatoria por la dedicación que puso, de por vida, a la vigilancia del idioma castellano: el Bachiller Andrade. Nuestro respetable maestro se ponía muy bravo cuando escuchaba entre los alumnos la palabra "majarete", con que la mayoría de nosotros suele identificar este plato típico.
Discutía el Br. Andrade que el nombre verdadero era "manjarete", porque se trataba de un manjar. A partir de ese momento, cada vez que el autobús de la universidad pasaba frente al colegio que regentaba nuestro ilustre profesor, los gritos de los de los muchachos anunciaba el paso de los estudiantes:
- “Cuarto de majarete. Cuarto de majarete...” Y, lógicamente, las respuestas del personaje se escuchaban con claridad.
En la cosmetología, el aceite de coco era algo que no podía faltar en cada hogar. Se usaba para aflojar las tuercas, como bronceador y para echárselo en el pelo, una costumbre que, con el pasar del tiempo, el único que la conservaba era el Dr. Caldera. Ciertamente que el aceite de coco fue el antecesor de la Brillantina Palmolive y la Canaima, que tantas veces nos sirvieron para aplacar el cabello y ponerlo elegante antes de tomarse la foto.
Cuando pasan pocos heladeros que quedan, y que ofrecen sus productos a precios inalcanzables, uno sigue registrando a ver si consigue aquellos helados en conchas de coco, que sin lugar a dudas eran natu¬rales e imposibles de conseguir en otra parte.
Es que en Maracaibo todos los habitantes le rendimos culto a esta noble palmera, desde Udón Pérez quien, al componer el Himno invoca su presencia, hasta Armando Molero, “el cantor de todos los tiempos”, quien nos decía que logró bajar un coco a pedradas... Bueno, ciertamente, los marabinos somos un tanto exagerados. Los escritores dicen que eso nos viene de los andaluces…
Profesor Marcías Martínez